Los entrenadores experimentados sabrán de lo que les hablo. Es un fenómeno que se produce en los cambios de técnico en medio de la travesía. El rumbo se tuerce, cambian al capitán del barco y este durante unas jornadas empieza a enderezar su travesía. Los sesudos analistas llenan páginas y noticieros hablando del fenómeno y como todo descubrimiento necesita un nombre para ser patentado lo llaman "Efecto... Fulanito".
En Asturias han pasado en los últimos tiempos varias ciclogénesis de banquillo de este cariz con distintos apellidos; Efecto Raúl, Pacheta, Clemente, Sandoval...Supongo que desde el lugar del mundo desde el que leáis estas reflexiones tendrán otros nombres el mismo fenómeno.
Suelen ser de sustancia gaseosas y como el elemento que los compone (el deseo de rellenar titulares) se difuminan en corto espacio de tiempo, si detrás no le acompaña las condiciones climáticas propicias para que sus transformaciones dejen huella.
Lo comentaba en anteriores artículos, pero por la reiteración que se ven estos sucesos conviene recordar en este punto una vez más dos cuestiones: Primero, en el fútbol los entrenadores somos actores secundarios. Segundo la valoración real de nuestro trabajo solo podrá enjuiciarse con un mínimo de criterio a partir del segundo mes de estancia con un equipo. Si quiere hacerse aún con justicia a partir de haber podido influir aunque sea mínimamente en la construcción de la plantilla. Y si aún se quiere ser más certero en el análisis de su real capacitación como técnico, sería aun mejor, tras haberle dado la opción de trabajar con algún colaborador de su confianza dentro de su equipo técnico.
Como esto no suele darse en los análisis futbolísticos, muchos entrenadores, en sus primeros momentos de trabajo, favorecidos por la cálida brisa del elogio ante los buenos resultados se suben a lo alto del mástil para ponerse por bandera de tal metamorfosis.
Los que llevan tiempo en el oficio y siguen haciéndolo, no tienen cura , han cronificado la enfermedad y tendrán callo de tantas caídas. A los jóvenes, avisarles que el efecto al que ahora le han puesto su nombre, tiene un apellido, boomerang. Y al igual que al artilugio australiano, suele pasar que lo que comienza siendo un juego, se convierte en un arma que al regreso de los malos resultados, se estrelle contra la misma cabeza que sirvió de estandarte en los primeros éxitos.
Es lo que tiene jugar con juguetes que no son tuyos, cuando llega su dueño y te los arrebata, te quedas en un baño de lágrimas y desconsuelo. En fin reflexiones para navegantes sacadas del cuaderno de bitácora de un viejo marinero.
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