jueves, 2 de febrero de 2012

INFANTICIDIO FUTBOLISTICO

Corrían los setenta. Aquel niño de trece años volcaba sus ilusiones infantiles por jugar al fútbol en el club federado de su barrio.Posiblemente fuese sábado y creo recordar que frío.Largo trayecto para subir en el bus de línea que le acercase al escenario de sus sueños, a las afueras de la ciudad. 

El campo de juego, la popular Hondonada, sobrenombre que tenía el campo más usado de los que rodeaban a la Universidad Laboral de Gijón y que guardaba relación con la realidad de su superficie, totalmente hundida por su parte central, formándose unos barrizales importantes. Campo de fútbol once en el que jugaban los clubes modestos de la ciudad que no tenían el suyo propio, con porterías de mayores, botas Marco  que regalaba la Federación, balones que pelaban tras un par de meses pero que duraban al menos un par de temporadas  y entrenador serio vociferando en la banda sin ningún tipo de formación que no fuese la de cualquier aficionado al fútbol, que pudiese compatibilizar este hobby con su profesión, en aquel caso, de Pescadero.

Aquel niño, extremo derecha de vocación y formación, se vio por decisión táctica aquel día jugando de libero.A poco de comenzar el partido, tan deseado durante la semana, y sin encontrarse cómodo en la nueva ubicación,  escuchó con voz de grave enfado proveniente de la banda:"Ismaeeel eres un puto furacu". Tras el final del encuentro, larga caminata en solitario, hasta los lejanos y derruidos vestuarios, por entonces los padres no tenían costumbre de acompañar a los hijos en sus juegos.

Arrastrando la pesada carga de las botas embarradas, la pingadura de la lluvia que duplicaba el peso de las toscas telas que configuraban su uniforme, iba masticando la frustración, no ya por las recriminaciones del técnico, sino por no haber disfrutado del juego para el que vivía las veinticuatro horas del día.

Traducido "furacu" al castellano, "agujero", no suena mejor ni deja de ser una bofetada a cualquier teoría metodológica. Pero no era suficiente para producir el desaliento y mucho menos dejarse atrapar por la idea de renuncia de aquella pasión de niños.

Venía pensando en aquel recuerdo, sin trauma alguno, mientras llevaba a un niño de dieciséis años en coche a su casa tras haber ido a despedirse de su equipo por haber decidido dejar de jugar al fútbol.

Han pasado treinta años. Ahora se juega en campos de hierba sintética, con botas de diseño anatómico, balones ligeros, preparadores físicos, padres-consejeros, madres-fans, fisioterapeuta y hasta tienen representante. Los recoge un autocar para trasladarlos al campo, se visten con telas impermeables y otras que absorben el sudor, salen en los medios de comunicación, les graban en vídeos...y sin embargo, su juego preferido no les hace felices.

 Ayer escuche que el Concejal de Deportes de un pueblo asturiano, amenazó a los responsables del Club de fútbol, con no encender la iluminación del Campo Municipal si sigue el bajo número de participantes en los entrenamientos de su equipo juvenil (unos seis de una plantilla de veinte).

Supongo que alguno tirará de manual de sociología y le buscará explicación en la diversidad de ocio que hay actualmente, en el cambio de valores de la juventud actual... Y no dudo que algo de razón tendrán.

 Pero yo soy entrenador de fútbol vocacional y profesor en una Escuela donde se titulan los entrenadores actuales y por ello no me cabe en mi poco amueblada cabeza que no tengamos que ver algo nosotros, con un abandono tan precoz y masivo de esta práctica deportiva.

Técnicos más titulados y formados que nunca. Con más conocimientos en más materias que nunca. Con teorías pedagógicas, metodológicas y psicológicas que deben acercarnos más a las necesidades y motivaciones de los niños/as de hoy en día. Con una comprensión del juego más profunda,que facilita su mejor difusión y enseñanza.

Además soy padre de niños de trece y dieciséis años. Nunca me metí en su participación en el fútbol. De hecho haciendo un poco de dejación de mis sentimientos de padre, procuro llevarles a sus lugares de entreno o juego y no quedarme a verlos. Pero por creer en el valor del deporte como instrumento de formación incomparable, me preocupa que les de por dejarlo.

Y conociendo como piensan mis hijos, no concibo qué se puede estar haciendo tan mal, con tan buenos recursos materiales y humanos como para echarlos de los campos de fútbol, para desenchufarlos de una pasión que, como la de aquel niño de hace treinta años, les hace tener una ilusión por vivir, por que llegue el sábado, el día de la festividad semanal del fútbol.


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