Quedan lejos ya las Semanas Santas en las que todo lo humano se detenía para celebrar, fueses creyente o no, la celebración de la muerte y resurrección de El Mesías. En la que dejamos atrás, como es frecuente ya en nuestra sociedad actual, se mezclaron los olores de azahar y cirios con cremas de broncear. Lágrimas de los cofrades frustrados por la lluvia, con las de aquellos que salieron derrotados en algún estadio futbolístico y, como en el resto de momentos de nuestra vida, también con las de aquellos que perdieron a un ser querido. Aunque este dicho en privado, vaya también públicamente mi solidaridad, Manolo, ante una nueva desgracia personal y mi deseo que de nuevo, el fútbol te vuelva a servir de antídoto para combatir el dolor.
Desde fuera del fútbol, se critica con frecuencia el sentimiento trágico que envuelve a este deporte. Sentimiento que suele llevarse a extremos tales como el calificar la trascendencia de un partido, como de vida o muerte, el descenso de categoría, como una catástrofe, o el ascenso como una resurrección. Sólo cuando la vida te pone cara a cara con una muerte real, eres capaz de distinguir la realidad del juego. En todo ello pensaba y rememorando una perdida personal similar a la de Manolo Preciado, la de mi padre, me recreaba en la felicidad que sentiría en una semana como la pasada en la que su Sporting ponía pie y medio, un año más en primera y a su hijo le resucitaban una amarga victoria. Manolo Roseti, periodista de este periódico, me llamaba para que le recordase, interrogado por compañeros suyos de Barcelona, el ascenso frustrado de aquel Sporting B que tuve el honor de dirigir, último filial de este Club en jugar una Liguilla de Ascenso a Segunda División. El Granada había impugnado por alineación indebida, su derrota frente al Barça B de Luís Enrique, hace unas semanas, igual que la Gramanet lo hizo con nosotros aquella temporada. En su caso de Jonathan Dos Santos, en el nuestro de Alex Fernández. El potente Departamento Jurídico del Barça, descubrió un precedente que sentaba jurisprudencia a su favor, el del Sporting B de 1998, al que tras sancionarles en plena Liguilla con la pérdida del partido ganado en el terreno de juego por 3 a 1 frente a la Gramanet y tres puntos más de sanción, se les dio la razón un año después. Al Barça B, les resultó fructífera aquella decisión postrera, estéril para aquel grupo de chavales ejemplares, que de haberse dado a tiempo hubiese supuesto la consecución de un ascenso a Segunda División histórico para el Sporting y para mi, a día de hoy, el segundo obtenido en mi carrera. Pero que sin embargo, años después sólo sirve de consuelo, el que sea utilizado de precedente para que, lo ganado en el campo, no se le arrebate a nadie más en los despachos con argucias legales y con la lentitud de la justicia como principal cómplice. Viendo la doble injusticia provocada por la nula repercusión mediática de este hecho en nuestra tierra, vaya este recordatorio, al menos, como homenaje póstumo a aquel equipo y por supuesto a mi padre.
Desde fuera del fútbol, se critica con frecuencia el sentimiento trágico que envuelve a este deporte. Sentimiento que suele llevarse a extremos tales como el calificar la trascendencia de un partido, como de vida o muerte, el descenso de categoría, como una catástrofe, o el ascenso como una resurrección. Sólo cuando la vida te pone cara a cara con una muerte real, eres capaz de distinguir la realidad del juego. En todo ello pensaba y rememorando una perdida personal similar a la de Manolo Preciado, la de mi padre, me recreaba en la felicidad que sentiría en una semana como la pasada en la que su Sporting ponía pie y medio, un año más en primera y a su hijo le resucitaban una amarga victoria. Manolo Roseti, periodista de este periódico, me llamaba para que le recordase, interrogado por compañeros suyos de Barcelona, el ascenso frustrado de aquel Sporting B que tuve el honor de dirigir, último filial de este Club en jugar una Liguilla de Ascenso a Segunda División. El Granada había impugnado por alineación indebida, su derrota frente al Barça B de Luís Enrique, hace unas semanas, igual que la Gramanet lo hizo con nosotros aquella temporada. En su caso de Jonathan Dos Santos, en el nuestro de Alex Fernández. El potente Departamento Jurídico del Barça, descubrió un precedente que sentaba jurisprudencia a su favor, el del Sporting B de 1998, al que tras sancionarles en plena Liguilla con la pérdida del partido ganado en el terreno de juego por 3 a 1 frente a la Gramanet y tres puntos más de sanción, se les dio la razón un año después. Al Barça B, les resultó fructífera aquella decisión postrera, estéril para aquel grupo de chavales ejemplares, que de haberse dado a tiempo hubiese supuesto la consecución de un ascenso a Segunda División histórico para el Sporting y para mi, a día de hoy, el segundo obtenido en mi carrera. Pero que sin embargo, años después sólo sirve de consuelo, el que sea utilizado de precedente para que, lo ganado en el campo, no se le arrebate a nadie más en los despachos con argucias legales y con la lentitud de la justicia como principal cómplice. Viendo la doble injusticia provocada por la nula repercusión mediática de este hecho en nuestra tierra, vaya este recordatorio, al menos, como homenaje póstumo a aquel equipo y por supuesto a mi padre.