Los artistas paralelos son los que hacen grandes y vistosos a los que figuran en el escaparate, los jugadores. En todos los ámbitos de la actividad humana los puedes apreciar. Son diferentes al resto de su profesión. La ejercen con pasión y buscando la excelencia sin esperar premios más que los que les proporciona su propia felicidad por el trabajo bien hecho. He visto zapateros, carteros, camareros, mecánicos...Artistas sin nombre pero con un bagaje amplio de sabiduría y talento.
En mi profesión han sido clave para que mis jugadores y yo nos sintiésemos a gusto y con su arte todos rindiésemos mejor. Médicos, fisios, psicólogos, ayudantes técnicos, recuperadores, conserjes, jardineros...y utilleros como del que a continuación os muestro una entrada de su blog "Mis futboladas" Pedro J. Díaz, actualmente en la U.D Logroñés, al que no tengo el gusto de conocer más que por jugadores que ahora están allí y que tuve la ocasión de entrenar en algún momento de mi carrera.
En este artículo escrito por él, se ve la humanidad de estas personas que en cuanto rascas un poquito en el interior de un vestuario descubres y que son autenticas lecciones ambulantes de vida, superación y supervivencia. Vaya en homenaje a todos ellos.
LA VOCACIÓN DEL UTILLERO (23 de enero de 2012)
Siempre he dicho que, para llevar a cabo con éxito cualquier acción que te propongas, además de tener las condiciones y conocimientos adecuados, has de tener la vocación suficiente para ello. En otras palabras, saber lo que haces y cómo lo haces, y disfrutar con ello.
El fútbol no es ninguna excepción, más bien todo lo contrario, y así, en mi caso, aunque tuve vocación de futbolista, me faltaron todas las cualidades técnicas para serlo. Jugué al fútbol, como casi todos los niños de mi generación, pero muy pronto supe que aquello no me llevaría demasiado lejos. No era bueno con mi pierna derecha, tampoco lo era con la izquierda, y con lo único que supe defenderme fue con mis manos, así que sin que nadie me lo insinuase, ya desde mis primeros partidos con los amigos me colocaba entre los dos jerseys que hacían de portería. Adquirí cierta técnica como portero, incluso llegaron a decirme que no lo hacía del todo mal, pero nunca me vi capacitado para intentar llegar a jugar de manera continuada. Una serie de tempranas lesiones en mis rodillas me hicieron retirarme del fútbol a la edad de diecinueve años, lo cual nunca sabré si fue una desgracia o un golpe de fortuna.
Porque a partir de ahí comencé a mirar el fútbol desde otras perspectivas. Lo intenté como entrenador en categorías inferiores, y he de reconocer que, hasta la edad de cadete, disfruté siempre que entrené a un equipo. Creo que, para el fútbol formativo, sí es posible que tuviese la destreza necesaria. No lo vi tan claro cuando me metí en un vestuario con jugadores que, en algunos casos, eran mayores que yo. En cuanto a los conocimientos, digamos mejor que un entrenador, sea de la categoría que sea, nunca debería dejar de aprender. Sabía cosas, y creo que los chicos que tuve durante esos años aprendieron algo conmigo, pero me quedé en la línea de salida, es verdad. Y me quedé porque vi pronto que me faltaba vocación para ser entrenador. Nunca me atrajeron las tácticas, la estrategia, ni tener que aguantar los corrillos de los vestuarios. Quizás porque soy una persona que me gusta estar a bien con todo el mundo, les caiga yo a ellos mejor o peor, nunca se me dio bien la gestión de grupos. Tampoco me estimulaba demasiado el hecho demostrado de que, cuando las cosas van mal en un equipo, la carga cae siempre sobre los hombros del entrenador, que además de la honra suele perder, casi de seguido, su puesto de trabajo. Pude haberme dedicado a ser entrenador de porteros, pero esa figura, no hace tantos años, era muy poco demandada por los equipos.
Y subí a la tercera planta. La de dirección y organización. Allí fui directivo de varios clubes de fútbol, haciendo varias tareas relacionadas, como coordinador o delegado de equipo. Casi por obligación, me convertí en presidente del club de fútbol de mi pueblo, Casalarreina, con un equipo en Regional Preferente. Fueron cuatro bonitos años en los que los resultados deportivos acompañaron, pudimos restaurar nuestro maltrecho campo de fútbol y dejamos una buena base consolidada para futuras temporadas. Incluso me metí en un buen fregado, con la idea de crear fútbol base bajo la tutela de mi club (pobre de mí), que no acabó bien porque nuestros vecinos de al lado así lo quisieron. Pero de eso hablaré otro día.
Fueron pasando los años. De vez en cuando me volvía a plantear iniciar el curso de entrenador, al menos para tener el nivel 1 y 2, pero mi recurrente falta de vocación siempre me hacía llegar tarde a las convocatorias. A través de la U.N.E.D. completé un curso de Dirección de Entidades Deportivas, que me ocupó durante casi dos años, y en el tercero llegué a obtener el título de Agente de jugadores RFEF (lo que antes llamaban Agente FIFA). Lo primero me sirvió en mi experiencia como directivo, y fue un dinero y un tiempo muy bien empleado. Lo de Agente fue una tontería más de las muchas que hacemos a lo largo de la vida. Ahí sí que vi casi al instante la falta de vocación, ya desde el mismo día del examen en Las Rozas, con Yola Berrocal en el pupitre de detrás del mío. Desconozco si llegó a copiarme las respuestas, pero me imagino que no, porque yo fui uno de los 29 candidatos (de 247 que fuimos ese día) que aprobaron el examen, y ella no superó la prueba.
Tras un breve periodo de tiempo colaborando con un par de Agentes, dejé ese oscuro mundo para que les aproveche a quienes estén interesados en un negocio que no considero limpio. Y caí, después de un año sabático que necesitaba para volver a ilusionarme con el fútbol, en la Unión Deportiva Logroñés, donde fui como Delegado del equipo filial, en Tercera División. Gonzalo Santamaría, entrenador del equipo durante la primera mitad de la temporada, fue quien hizo posible mi llegada al club. Siempre se lo agradeceré.
Sabía lo que hacía, conocía todos los Reglamentos federativos casi de memoria, creo que tenía la destreza necesaria para tratar con rivales y árbitros y, lo más importante, disfrutaba con todo ello. Terminé la temporada doblando funciones, como Delegado del Tercera, y como Delegado de Campo en los partidos que el primer equipo, en 2ª División B, jugaba en Las Gaunas. Fue un buen año, empañado únicamente por la destitución de Gonzalo en el mes de Febrero, y por una recta final un tanto tenebrosa. Pero mereció la pena, por la cantidad de buenos amigos que hice en esos meses, y por la bonita experiencia vivida.
Esta última temporada la inicié de nuevo como Delegado del filial, esta vez a las órdenes de David Ochoa. En apenas dos semanas el vínculo con los chavales y con todo el cuerpo técnico fue total, una maravilla de grupo. Todo iba rodado, volvía a disfrutar del fútbol, haciendo además lo que sé hacer, ayudar a que las cosas funcionen mejor. O intentarlo al menos. Me considero una herramienta más al servicio del equipo. Ellos, jugadores y entrenadores, son las piezas claves, pero necesitan de otros elementos que les faciliten su trabajo. Y ahí intento estar yo.
Por eso, cuando el Director Deportivo, José Ignacio, me propuso a finales de Octubre pasar a formar parte de la primera plantilla como utillero, no me lo pensé dos veces. Conviene aclarar que la palabra correcta es “utilero” (el encargado de los útiles de trabajo), pero así sólo nos conocen en Sudamérica. Aquí somos los utilleros, de toda la vida, aunque ahora nos digan “Encargados de Material”.
Reconozco que soy un privilegiado por poder entrar cada mañana en el vestuario de mi equipo y preparar la ropa que van a utilizar los chicos durante el entrenamiento, poner a punto los balones y el resto de material, recordar que tengo que sacar agua para que se hidraten durante la sesión (a pesar de que algún día se me olvida por las prisas y me cuesta una carrera), ayudarles si lo necesitan con los tacos de sus botas, estar a las órdenes de los entrenadores para facilitarles todo el material que necesiten, ayudarles a poner conos, chinos, retirarlos, recoger balones, volver a poner lavadoras y lavadoras después de cada entrenamiento…
Ya qué voy a decir del día de partido. Son jornadas agotadoras, pero disfruto como un enano. Si los entrenamientos duran para mí cuatro horas más que para el resto del equipo (dos antes, y dos después), mis partidos empiezan muchas horas antes del pitido inicial, y terminan otras muchas después del final. Cuando jugamos en casa, me gusta dejar el vestuario preparado el día anterior, porque soy un tío al que no le van las improvisaciones. Si viajamos, intento dejar todo preparado de víspera, y un par de horas antes de salir en el autobús vuelvo a revisar todo. A cientos de kilómetros de distancia, no es conveniente dejarse nada olvidado en casa, aunque a veces (de momento a mí no, toco madera), también sucede. Y después de los partidos, otro tanto, porque juguemos en Las Gaunas o lo hagamos fuera, antes de irme a mi casa, aunque lleguemos a Logroño a la una de la madrugada, dejo toda la ropa que se ha utilizado en el partido lavando para que al día siguiente tenga tiempo de dejarla recogida.
Me siento, en definitiva, parte del grupo, y esa sensación hace que no eche de menos no haber sido futbolista o entrenador, porque, en realidad, me siento futbolista y entrenador todos los días. Creo que tengo capacitación para llevar a cabo este trabajo. En realidad, creo que todo el que se lo propusiese sería capaz, porque el trabajo en sí no tiene nada de especial, lo haría un niño. Pero tratar cada día con veinticinco personas, que te demuestran un cariño y un respeto ilimitado en cada palabra que te dicen y en cada gesto que te dedican, te exige a dar lo mejor de ti, profesional y humanamente. En realidad, no estás dando nada que no te hayan dado antes ellos a ti.
Es la vocación del utillero, un trabajo que consiste en servir a los demás, en ayudar al futbolista a conseguir sus objetivos, poniendo a su servicio tu lado más altruista. Y eso, al final, te hace sentir bien contigo mismo, es una gozada. Somos una figura importante en un vestuario, no sólo por el servicio meramente técnico que prestamos a los jugadores y a los entrenadores, sino también por nuestro componente humano. A ti acuden los chicos cuando necesitan algo, eres su amigo, su confidente y su cómplice en muchas ocasiones. Te gastan bromas, se ríen de lo pato que puedes llegar a ser con un balón en los pies, y notas en ellos un tremendo respeto y un cariño desbordante, que compensan todos los esfuerzos y las horas de trabajo. No puedo negar que haber bajado de nuevo a los vestuarios me hace sentir feliz con lo que hago, y todo debo agradecérselo a ellos. Por ellos estoy ahí, y ellos son quienes me hacen sentir orgulloso de lo que hago. Y también, por supuesto, aunque esto no es necesario decirlo, mi familia, mi mujer y mis dos hijos, que son quienes soportan la parte mala de esta pasión mía. La parte que habla de las muchas horas fuera de casa, de las mañanas que salgo temprano cuando aún todos duermen, o de las noches que llego de un largo viaje, a las tantas de la madrugada, cuando ellos ya hace horas que están acostados. Como en la casa de cualquier utillero de un equipo de fútbol profesional.
Publicado por Pedro J. Díaz
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